hambre emocional

Hambre emocional: cómo identificarla y abordarla

22 Enero 2021

Probablemente no habías escuchado este término, pero sí conoces la sensación de comer algún alimento para pasar alguna pena o bajar la ansiedad. Este es un ejemplo habitual de hambre emocional, tema que abordamos en el webinar más reciente de Pluxee, liderado por María Paz Amaya, Psicóloga Clínica, Magister en Psicología, Especialista en Psicoterapia y Docente Universitaria.

Para revisar nuevamente esta temática relacionada con salud mental y entender además cómo abordarla desde las empresas, conversamos con la especialista.

¿Qué es el hambre emocional?

El hambre emocional tiene características bien particulares que nos permiten diferenciarla del hambre fisiológico. Primero, es repentina y automática, es decir, estamos realizando cualquier actividad y de pronto surge una sensación de querer comer algo, independiente de que pueda haber pasado una hora desde que se consumió el último alimento. En segundo lugar, este deseo no se puede postergar y la persona no se calma hasta que se come lo que tiene en mente.

Otra característica es que en general no hay deseo de comer algo saludable que entregue los nutrientes necesarios, sino que es un alimento alto en azúcares o en carbohidratos, chocolates, papas fritas, pasteles. No es brócoli, lechuga o un trozo de pollo.

Además, mientras estoy comiendo por hambre emocional, a diferencia del hambre fisiológica, hay una sensación de descontrol, o sea, de comer hasta acabar todo. Hay una sensación de comer sin detenerse y luego preguntarse ¿en qué minuto comí todo esto? Hay una falta de saciedad.

Luego, viene un sentimiento displacentero de culpa o vergüenza, que tampoco deja satisfecha o tranquila a la persona.

A nivel general, ¿qué recomendarías inicialmente para abordar el hambre emocional?

Lo primero es ponerle un nombre a esta dificultad, aunque el hambre emocional es un concepto relativamente nuevo.

Hay que darse cuenta del comportamiento de comer algo cada vez que existe una situación incómoda o desagradable. Entender que esto es un problema, darle esa categoría porque está muy normalizado, por ejemplo, el terminar una relación y comer algo. Ver que no genera un beneficio, sino que puede generar un daño y, por otro lado, no se está yendo a la causa real del malestar emocional en ese momento.

En una primera fase identificar qué es lo que se siente antes de comer. Es ponerle nombre a la emoción. Después de esto, hacerse cargo, darse el permiso para sentirla porque culturalmente nos han enseñado que hay emociones de las cuales debemos rehuir, como no aceptarlas, ni sentirlas, ni expresarlas y eso está comprobado que no nos ayuda.

Es sano sentir rabia, pena, enojo, frustración. El tema es qué se hace con eso. En vez de comer para seguir tapando y ocultando la emoción, la idea es poder expresarla de manera adecuada, sin dañarnos ni dañar a otros y buscar una forma de resolver esa situación.

Esta segunda parte es detectar qué está gatillando esas emociones, que puede ser la relación con alguien de la familia, algo laboral o una situación del pasado que todavía no se resuelve. Cuando se identifica esto, se puede empezar a hacer un trabajo, a mirar más profundamente, buscar solucionarlo, apoyarse en personas del entorno cercano, conversar sobre los temas y si ya no se puede con lo anterior, entonces buscar ayuda profesional.

Respecto a este punto es importante abordarlo integralmente, quizás con una evaluación médica, ya que pueden existir alteraciones metabólicas que hacen que la sensación de hambre esté incrementada o se explique por una resistencia a la insulina, diabetes, alteraciones a la tiroides, trastornos de obesidad, depresión y ansiedad. Sumado a eso, es bueno buscar ayuda nutricional para ver cuáles son los alimentos, cantidades y horarios que cada persona necesita según sus características.

 

En tu experiencia con pacientes, ¿qué es lo has visto respecto a esta problemática?

Lo que vemos es una dificultad en la contención de las propias emociones, saber cómo hacerles frente, darse espacio de expresión emocional, de contención y resolución. Pero lo primero es contenerse uno mismo y eso se resuelve en la primera infancia. Es ahí la base del problema.

En terapia se trabaja desde esa raíz, de que probablemente no se pudo aprender la contención si nunca la persona fue contenida por el adulto que debería haberlo hecho. Y ya de adulto se desarrollan las capacidades de autocontención, desde lo amoroso, la empatía hacia uno mismo, el querer cuidarse y ahí viene la posibilidad de contenerse, expresar lo que se siente ante emociones poco placenteras o por situaciones puntuales y buscar las estrategias que a mí me sirven para regularse emocionalmente, buscar ayuda, etc., en lugar de comer.

¿Qué pueden hacer las organizaciones para aportar a sus colaboradores, respecto a esta temática?

Por ejemplo, (en condiciones sanitarias donde se permita) los colaboradores pueden reunirse a comer, pero que la comida no sea el centro, sino acompañarlos, en contacto con otros importantes y significativos, para desarrollar relaciones más allá del trabajo.

Está demostrado que cuando tengo una relación más cercana con las personas con las que trabajo, cuando hay un clima organizacional mucho más agradable, más sano y conozco a mis compañeros más allá del mero rol que cumplen, incrementa la sensación de bienestar, disminuyen las licencias médicas y aumenta la productividad.

Estos espacios, que podemos llamar extralaborales, no hay que perderlos, organizados por la propia empresa o por un grupo de personas, donde el foco no sea la comida o comer, cuando se podía, como jugar juegos de mesa, desayunos en empresas, cumpleaños. Podemos celebrar, pero buscar otros focos y actividades donde haya comida saludable.

¿Quieres saber más sobre este tema? Descarga la guía de Salud Mental en el lugar de trabajo, preparada por Pluxee.


 

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